
Las páginas publicadas por el Dr. Francisco de Veyga en el año 1903 con el título “La inversión sexual adquirida. Tipo profesional: un invertido comerciante”, en los Archivos de Psiquiatría y Criminología Aplicadas a las Ciencias Afines…, han sido revisadas por la crítica durante las últimas décadas como uno de los documentos más singulares que poseemos en torno a la configuración de las identidades “homosexuales” y “trans” en el Buenos Aires de finales del siglo XIX y principios del XX. Entre los testimonios recopilados nos topamos con el de “La Bella Otero” (¿Cádiz, 1880? – ¿Buenos Aires, d. 1915?). De hecho, según afirmaba Osvaldo Bazán (2006: 108) en su Historia de la homosexualidad en la Argentina, esta revista, editada entre 1902 y 1913, debiera considerarse “el mejor registro que nos ha quedado de la vida marica a principios de siglo”, pues por sus páginas transitan muy diversas personas que informaron al Dr. De Veyga, profesor de Medicina Legal, sobre sus peripecias vitales y eróticas en los márgenes sociales y sexuales: “Aurora”, “Aída”, “Rosita de la Plata”, “Manón” y “La Bella Otero” se cuentan entre ellas. Justamente, el artículo al que aludo alberga un breve documento, calificado como autobiográfico, de quien es presentado como “Luis D.” / “La Bella Otero” y que refleja, de manera solo hasta cierto extremo insólita, parte de un universo del que disponemos de escasos testimonios en primera persona.
Los nombres asumidos citados —“Aurora”, “Aída”, “Rosita de la Plata”, “Manón” y “La Bella Otero”— avanzan parte del interés actual. Si bien para el médico que los recopiló constituían muestras que iluminaban un variado catálogo de tipologías de “inversión sexual” presentes en la capital argentina, a la zaga de cuanto se investigaba en Europa desde el último cuarto del siglo XIX, para los estudiosos más recientes los relatos de vida recogidos en estos Archivos devienen muestras de una realidad marginada, patologizada y criminalizada, que conviene recuperar. Evidentemente, no podemos obviar que una revista como esta nació al calor de un contexto histórico concreto, en donde se combinaban la explosión demográfica y los temores de las elites gobernantes; el mismo que permitía al Dr. Francisco de Veyga disponer de un despacho para sus investigaciones en dependencias policiales. El renovado interés de estas piezas también obedece a su extraña calidad para trazar la genealogía de una cultura de la disidencia sexual en absoluto extinta en la Argentina. Por tan importante razón, Josefina Fernández incorporó el testimonio autobiográfico de “La Bella Otero” a manera de pórtico de la segunda parte (“La voz de las travestis”) de su monografía pionera sobre travestismo e identidad de género; por tan poderoso motivo, en sus conclusiones establecía el siguiente paralelismo: “Como la ‘Bella Otero’, las travestis transforman esos estereotipos [la vedette y la prostituta] en muecas burlonas que pretenden desnudar la hipocresía de políticos/as, vecinos/as e instituciones sociales” (Fernández, 2004: 190).
Tal apreciación no se antojaría un anacronismo si valorásemos los resultados de una de las investigaciones que mejor retrataron aquella escena y aquella época. Me refiero a médicos maleantes y maricas (sic), de Jorge Salessi (1995: 305), en donde leemos: “En la ‘Autobiografía’ de La bella Otero, como en página tras página de los mismos Archivos, los maricas, invertidos, homosexuales, pederastas y uranistas preservaron y difundieron su cultura y su lengua y dejaron documentadas las estrategias de resistencia que adoptaron en su lucha contra este sistema médico legal policial”. Las páginas de este libro resultan indispensables para conocer dichas “estrategias de resistencia” y a ellas debe acudir quien desee profundizar en las características tipológicas de los Archivos, sin las cuales no se entenderá la subversión aparentemente practicada. Y es que, a juicio de Salessi —y, tras él, de muchos estudios que han incidido en la memoria de la masculinidad disidente que exploraría la autobiografía de “La Bella Otero”—, existiría una quiebra consciente del modelo médico.
Dada su extensión, edito, sin apenas correcciones, el texto autobiográfico publicado en Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, en 1903:
He nacido en Madrid, en el año de 1880. Siempre me he creído mujer, y por eso uso vestido de mujer. Me casé en Sevilla y tuve dos hijos. El varón tiene 16 años y sigue la carrera militar en París. La niñita tiene 15 y se educa en el “Sacre-Coeur” de Buenos Aires. Son muy bonitos, parecidos a su papá.
Mi esposo ha muerto y soy viuda. A veces quiero morir, cuando me acuerdo de él. Buscaría los fósforos o el carbón para matarme, pero esos suicidios me parecen propios de gente baja. Como me gustan las flores, me parece que sería delicioso morir asfixiada por perfumes.
Otras ocasiones me gustaría tomar el hábito de monja carmelita, porque soy devota de Santa Teresa de Jesús, lo mismo que todas las mujeres aristocráticas. Pero como no soy capaz de renunciar a los placeres del mundo, me quedo en mi casa a trabajar, haciendo costuras y bordados para dar a los pobres.
Soy una mujer que me gusta mucho el placer y por eso lo acepto bajo todas sus fases. Algunos dicen que por todo esto soy muy viciosa, pero yo les he escrito el siguiente verso, que se lo digo siempre a todos:
Del Buen Retiro a la Alameda
los gustos locos me vengo a hacer.
Muchachos míos ténganlo tieso
que con la mano gusto os daré.
Con paragüitas y cascabeles
y hasta con guante yo os las haré,
y si tú quieres, chinito mío,
por darte gusto la embocaré.
Si con la boca yo te incomodo
y por la espalda me quieres dar,
no tengas miedo, chinito mío,
no tengo pliegues ya por detrás.
Si con la boca yo te incomodo
y por atrás me quieres amar,
no tengas miedo, chinito mío,
que pronto mucho vas a gozar.
He estado en París, donde bailé en los cafés-conciertos dándole mucha envidia a otra mujer que usa mi mismo nombre para pasar por mí.
Muchos hombres jóvenes suelen ser descorteses conmigo. Pero ha de ser de gana de estar conmigo, y ¿por qué no lo consiguen? Porque no puedo atender a todos mis adoradores.
No quiero tener más hijos, pues me han hecho sufrir mucho los dolores del parto, aunque me asistieron mis amigas “Magda” y “Lucía”, que no entienden de parto, porque nunca han estado embarazadas, porque están enfermas de los ovarios.
Me subyuga pasear en Palermo, porque el pasto es más estimulante para el amor que la mullida cama.
Esta es mi historia, y tengo el honor de regalarle al doctor Veyga algunos retratos con mi dedicatoria.
Recordar el volumen titulado La mala vida en Buenos Aires, de 1908 —en donde su autor, el criminólogo Eusebio Gómez, recupera parte del testimonio de “La Bella Otero” publicado en los Archivos—, resulta sumamente estimulante para valorar el eco y la presencia de su impostura, como también lo es leer la crónica de Juan José Soiza Reilly para la revista Fray Mocho a la altura de 1912. Casi una década después de su primera aparición, “La Bella Otero” aparecía descrita de la siguiente guisa en una pieza enmarcada en la serie “Buenos Aires tenebroso”:
“La Bella Otero” es un lunfardo que se disputa con “La Princesa de Borbón” el prestigio popular de su carrera artística. Es un muchacho de Cádiz y pertenece a una buena familia. Se llama Culpiano Álvarez. Hasta la última intervención policial, vivía en la calle Jujuy, 890, donde tenía una cámara roja de adivina. Suele emplearse como mucamo en casas ricas. Se apodera de tarjetas de señoras y señoritas. Se viste de mujer y luego visita a mucha gente a la que engaña con subscripciones valiéndose de las mismas tarjetas robadas. Secuestra niños. Ha hecho versos, que en agosto de 1903 regaló al Dr. Francisco de Veyga.
Si aceptamos que la identificación de Soiza Reilly es correcta, como sugiere la última frase, nos encontraríamos con una semblanza biográfica muy diferente a la expuesta en los Archivos: descubriríamos su verdadero nombre (que ya no sería “Luis D.”) y su origen gaditano, que no madrileño, por ejemplo; también constataríamos su aparente alejamiento del universo prostibulario en donde le ubicaba casi una década antes el Dr. De Veyga y su reincorporación al servicio doméstico en calidad de mucamo. Todo aparece convenientemente mezclado: se nos habla de “carrera artística”, de “adivina”, pero también de raptos y hurtos… Algo que, sin embargo, no sufre alteración es su origen. Por esta razón resulta curioso, a mi entender, que las aproximaciones citadas no hayan incidido de forma más atenta en su condición (trans)emigrante, habida cuenta de que, además, su alias remite orgullosamente al nombre artístico de una de las estrellas españolas más populares de aquellos tiempos que cubren cronológicamente las piezas de los Archivos y Fray Mocho: me refiero, claro está, a Carolina Otero (1868-1965).
El hecho infrecuente de que una persona como Luis D. / Culpiano Álvarez sea bautizada informalmente con un sobrenombre de una artista como “La Bella Otero” podría ser un factor que ratificase sus orígenes españoles. La práctica más común de nominación es que estos alias remitan menos a personas reales que a personajes, profesiones o conceptos muy diversos que tienden a idealizar un prototipo tradicional de feminidad. La sofisticación del engaño resulta, de entrada, tan rara como pretenciosa. Sin embargo, que la apropiación artística quiera transformarse en realidad objetiva resulta jocoso: “He estado en París, donde bailé en los cafés-conciertos dándole mucha envidia a otra mujer que usa mi mismo nombre para pasar por mí”. Podría, entonces, entenderse como un nombre artístico reapropiado.
Esta reapropiación puede denotar la personalidad de quien está acostumbrada a lidiar por las calles de Buenos Aires. Frente a la abundante información biográfica “veraz” transcrita por el Dr. De Veyga, que omite el trayecto desde Europa hasta Argentina, pero a la que se concede crédito, la autobiografía aparece como una “ficción” que certificaría “la vanidad y la mentira”, una “mediocre inteligencia nativa”, el “temperamento inestable” o el “carácter tornadizo e infantil” destacados por el médico. El documento autobiográfico, en definitiva, sería la mejor carta de presentación del perfil psicológico de quien ejerce profesionalmente la “pederastia”.
Pero el recuento de “La Bella Otero” también debe valorarse como una representación, pues mostraría, además del “orgullo” (o insensatez) de quien entrega una mixtificación imposible, unos papeles de artista. Identidad y simulacro remiten, a mi juicio, a la utilería manejada por Luis D. / Culpiano Álvarez para presentarse como la “Bella Otero” ante un Dr. De Veyga que la disecciona en términos patológicos al no advertir un factor esencial: la identidad que se recoge en los apuntes biográficos constituye un crescendo de noticias que estaría imitando el obvio modelo original. “La Bella Otero” de Buenos Aires es española, apasionada, se sabe deseada, tiene éxito en su escandalosa vida y no se somete al patriarcado. Más aún: a pesar de su condición lumpen, es consciente de la imagen que quiere proyectar, la constituye y la gestiona en beneficio propio. Como Carolina Otero.
Que no obtuvo el éxito esperado, aunque sí una modesta celebridad porteña, no exenta de delitos y penas, alegrías y amarguras, ya lo he constatado al citar su aparición huidiza en la crónica de Fray Mocho publicada en 1912. La vida sigue: una breve nota anónima, titulada “Una dama viajera”, publicada en la sección policial del diario Crítica, fechada el 16 de agosto de 1915, brinda una buena pista del derrotero posterior de nuestra protagonista:
Mañana posiblemente partirá para las pintorescas regiones de Ushuaia la simpática dama Juan Gómez o Gutiérrez o Ulpiano Luis Álvarez alias “La Bella Otero” o “La Juanita” a quien la Exc. Cámara en lo Criminal y Correccional acaba de acordarle una beca por un año para continuar sus estudios de ano…logía femenina. Deseámosle una próspera permanencia. (Anónimo, 1915)
Rafael M. MÉRIDA JIMÉNEZ
Fuentes primarias
ANÓNIMO (1915), “Una dama viajera”, Crítica, 16 de agosto, p. 9.
DE VEYGA, Francisco (1903), “La inversión sexual adquirida. Tipo profesional: un invertido comerciante”, Archivos de Criminología, Medicina Legal y Psiquiatría, 2, pp. 492-496.
GÓMEZ, Eusebio (1908), La mala vida en Buenos Aires, Buenos Aires: Juan Roldán.
SOIZA REILLY, Juan José [de] (1912), “Ladrones vestidos de mujer”, Fray Mocho, 7 de junio, s.p.
Bibliografía
BAZÁN, Osvaldo (2006), Historia de la homosexualidad en la Argentina: de la conquista de América al siglo XXI, Buenos Aires: Marea.
CIANCIO, María Belén y Alejandra GABRIELE (2012), “El archivo positivista como dispositivo visual-verbal. Fotografía, feminidad anómala y fabulación”, Mora, 18, pp. 29-44.
FERNÁNDEZ, Josefina (2004), Cuerpos desobedientes: travestismo e identidad de género, Buenos Aires: Edhasa.
SALESSI, Jorge (1995), médicos maleantes y maricas. Higiene, criminología y homosexualidad en la construcción de la nación Argentina (Buenos Aires: 1871-1914), Rosario: Beatriz Viterbo.
Cómo citar este trabajo
MÉRIDA JIMÉNEZ, Rafael M. (2024), “La Bella Otero”, en Catálogo de memorias disidentes, MASDIME – Memorias de las masculinidades en España e Hispanoamérica, Universitat de Lleida, fecha de consulta.
http://www.masdime.udl.cat/profile/bellaotero/