José Joaquín Blanco

En el desarrollo de la percepción y subjetividad del sujeto homosexual mexicano la figura de José Joaquín Blanco (Ciudad de México, 1951) resulta transformadora, pues optó por soluciones vitales y retóricas que configuran al yo homosexual como ser tanto político como agente y ya no un simple ente pasivo, supeditado a la mirada y parecer de la sociedad heteronormativa. A la manera de Salvador Novo y Carlos Monsiváis, Blanco podría haberse quedado satisfecho en su posición privilegiada como cronista; en realidad, se ganó un lugar prominente dentro de este género en el último tercio del siglo XX y en la actualidad se dedica casi exclusivamente a los estudios filológicos novohispanos y áureos. Sin embargo, en él se manifestaron inquietudes políticas de forma novedosa, inédita hasta entonces (principios de la década de 1980). Es cuando publica en el suplemento Sábado del periódico Unomásuno un texto fundador para las homosexualidades en México: “Ojos que da pánico soñar” (1979, reeditado como parte de un libro, Función de medianoche, en 1986), en el que delinea la necesaria vinculación entre disidencia sexual y ejercicio político liberador.

Para nuestros intereses, lo más destacable es que el texto está redactado en primera persona y sus ejemplificaciones remiten a su propia experiencia como joven homoerótico. Para completar la manifestación militante, la publicación original va acompañada de un retrato del autor que refuerza el carácter personal del ensayo: en el retrato vemos a un joven apuesto y vestido a la usanza, sin ningún rastro de las ridiculizaciones que acompañaban la representación de las homosexualidades mexicanas. Al mismo tiempo, la experiencia que se trataba de forma ficcional, o escasamente con la distancia de algunas disciplinas universitarias, es abandonada para conjuntar la vida personal con su dimensión política. Por consiguiente, la tradición descriptiva de las diversidades sexuales masculinas se transforma radicalmente al abandonar el silencio (Monsiváis) y el retrato dignificado y humillante (Novo), al conceptualizar como tipo social la diferencia sexual y otorgarle una dimensión política primordial o también podemos llamarla de posicionamiento sexo-político.

Desde el inicio, el texto cuestiona al lector al preguntarle: “¿Alguna vez el lector se ha topado con algún puto por la calle?” (Blanco, 1986: 183); el uso del término “puto” no deja ya lugar a dudas de las intenciones autorales. Así el texto es confrontativo, directo, sin ambages y es consecuente al tomarse como pieza ejemplar de sus argumentos: “Estos adjetivos no hablan de los ojos de los homosexuales en sí sino de cómo la sociedad establecida nos mira: somos parte de ella, sobre todo de su clase media, y a la vez la contradecimos; resultamos sus beneficiarios y sus críticos” (Blanco, 1986: 183, cursivas nuestras). Blanco distingue claramente entre el mundo exterior y su poder observador, capaz de clasificar a la comunidad homoerótica de la cual el autor forma parte. No obstante y de manera probablemente más trascendente, el texto carece de la victimización tradicional o de conmiseración al proponer que los homosexuales somos tanto favorecidos como contradictorios para el sistema heteronormativo de economía capitalista. Es apreciable un cambio fundamental de perspectiva, de subjetividad que, en realidad, conforma la base de las reivindicaciones de los derechos de las sexualidades no heteronormadas. Su ensayo autobiográfico se convirtió así en referencia fundante de una mirada propiamente homosexual, abierta y que apela a su reconocimiento político, sin apología o justificación alguna.

Por otra parte, el autor ha incursionado tanto en la novela como en la poesía, la crítica literaria y la crónica (destacándose en este último género gracias a una agudeza observacional privilegiada). Ha publicado un considerable número de títulos y en 2015 aparece Postales trucadas, donde vuelve a la experiencia personal como materia narrable. El volumen está compuesto por textos que pueden leerse de manera independiente, pero que en conjunto producen una autobiografía que echa mano de todo tipo de recursos: la entrevista, el relato ficcional, pero con una raíz experiencial explícita, el retrato de otros autores, puntualmente de Carlos Monsiváis que resulta ser desmitificador, entre otros recursos y acercamientos retóricos.

A pesar de la variedad temática y estilística de los textos que componen esta autobiografía, desde nuestro punto de vista, existen cuatro estrategias narrativas que dan buena cuenta de la nueva percepción del fenómeno homosexual, de su categorización como ente político y, por tanto, agente de cambio que incide en el mundo. La primera de ellas es la preeminencia del contexto para arribar al sujeto. A Blanco le parece que la ubicación de éste lo determina, lo moldea o al menos coloca límites a su ser y estar, por ello leemos descripciones contextuales que se decantan en su corporizarse en el mismo sujeto. Así habla, por ejemplo, de la equiparación entre ciertas actitudes libertarias (pastilla anticonceptiva, unión libre) con la criminalidad más atroz (secuestro, asesinato) (Blanco, 2005: 43); algo similar sucede cuando detalla el fenómeno disco de la década de los 70 con la puesta en moda del consumo de psicotrópicos (82). En breve, José Joaquín Blanco enmarca al sujeto (entre ellos al hombre homoerótico) en un cuadro mayor de desarrollo y posibilidades dejando como secundaria la caracterología individual. De esta forma, el homoerótico es un ser social y político susceptible de cuestionar su contexto y encontrar nuevos arreglos existenciales más acordes a sus necesidades. El contexto ya no determina el actuar individual, sino propone elementos para forjarse una existencia más allá de los estereotipos.

La segunda estrategia que marca Postales trucadas es el énfasis en la construcción de un ámbito de desarrollo propio que se ajuste, en la medida de lo posible, a los requerimientos personales. Así, el autobiógrafo despliega un repertorio de opciones que lo acercan a una “vida gay” y lo alejan de ciertos ambientes y afectos. Finalmente, no hay ganancia sin pérdida, parece decir el siguiente párrafo:

Caí, me enamoré. Formé pareja homosexual. Me interesé por lo que me ayudara a vivir entre libros de autores homosexuales. Descubrí y veneré a Gide. Tuve que poner distancias entre ese maestro querido, pero erigido en juez inconmovible, y mi joven vida de dieciocho años que, ni modo, se encaminaba por las sendas que don Arturo detestaba… Me le hice el escurridizo. Sin duda le causé alguna desilusión, alguna pena. Mi sufrimiento de perder a don Arturo fue mayor. Lo imperativo era crear, a mi modo, mi propia vida. (Blanco, 2005: 74)

El autobiógrafo ha construido una especie de pupilaje con un maestro, quien lo aprecia y empieza a guiar, pero al momento de enterarse de su homoerotismo lo desconoce. Este episodio es análogo al descrito por Salvador Novo en La estatua de sal entre él y el filólogo Pedro Henríquez Ureña. Mientras que para Novo es motivo de rencor y de un desenlace donde se aplica cierta justicia poética con gran sarcasmo, Blanco opta por crearse un mundo a su medida. Este proceder señala una diferencia sustancial, pues entraña la implementación de la tercera estrategia narrativa en la autobiografía.

El pasaje que acabamos de citar es de exclusión, expulsión, eliminación o discriminación, como se quiera catalogar. El hecho es que el sujeto homoerótico sale a la intemperie social y afectiva, pero ahora su poder está fincado en construirse una morada a su medida. ¿Cómo se logra? De una forma muy novedosa que reconfigura la realidad, sus estímulos, sus aparatos de control y sus posibilidades de actuación al transformarlos, de portadores de una cultura netamente heterosexista a una versión homosexualizada. Es decir, el yo configurado en el texto ya no tiene que ajustarse a la cultura dominante, la puede modificar a sus propias necesidades, como se aprecia en el siguiente pasaje cuando al admirar el árbol genealógico de los frailes del convento de San Agustín, en la ciudad de Oaxaca, cambia el mensaje de vinculación divina por uno de raigambre homoerótica:

Los capitanes, los frailes, los obispos y los papas, todos rejuvenecidos, prácticamente efebos. Y tan torneada y agradecidamente esculpidos sus rostros (a veces también sus cuerpos), que más que decoración eclesiástica —el techo del coro, por ejemplo, llamado el Árbol de los Guzmanes— parecía, su abundancia real de ninfetos, una erótica alberca dorada del YMCA (Young Men Christian Association: famosa durante buena parte del siglo por sus albercas exclusivas para varones jóvenes). O la alta hora nocturna de un bar gay donde todos los santos efebos lucieran oriflamas de neón, en la corriente cósmica de los efectos de discoteque. El cetro, la cruz, el cayado pastoral y la espada triunfadora, encontraban su exaltación fija y eterna. (Blanco, 2005: 140)

No es gratuito que la desacralización y la transformación se dé tomando como objeto una obra de arte sacro, si consideramos que Blanco deserta de las filas del noviciado y esta institución ha sido la responsable de muchas tropelías a lo largo de la historia y específicamente en contra de las diversidades sexuales. Por eso, en el estímulo artístico en cuestión, lo sacro y lo ultraprofano se tocan y tanto pueden significar pureza como tentación. Los signos de poder divino son vistos bajo la luz de su capacidad de evocación fálica y la homosociabilidad que suponen las congregaciones religiosas se transforma en el ambiente primigenio de la identidad gay moderna, la discoteque. Nos parece importante insistir en que el cuestionamiento sobre la identidad y vida homoeróticas anteriormente provenían del exterior hacia el sujeto, la transformación se efectúa cuando se invierte el orden del cuestionamiento: la capacidad de apelación, de interrogación habilitan al yo configurado en el texto a interrogar la realidad modificándola hasta el punto deseado por el cuestionador.

La última estrategia combina la descripción de la actividad sexual con la autoficción. En el texto hay un apartado que no niega su raigambre personal, el autobiógrafo (como ya señalábamos) pasó unos años en el noviciado. Entre las actividades que ahí vive, está la asistencia anual a una granja con el objetivo de hacer una especie de retiro espiritual y dedicarse a las tareas propias del campo. El autor-personaje ficcional es tildado de débil, maricón y otros epítetos utilizados para degradar actitudes y comportamientos no normativos. En especial, el autobiógrafo sufre a expensas de un novicio mayor que lo reprende al no realizar sus faenas campesinas con la suficiente fuerza y dedicación. Como era de esperarse, sus amonestaciones van acompañadas de las expresiones injuriosas que se acaban de nombrar. Sin embargo, la narración cambia la dirección de la balanza, pues el yo textual contempla como su pequeño “represor” mantiene relaciones sexuales con el campesino encargado de la granja:

Y por la grieta descubrí cómo Cheo, tumbado sobre la alfalfa, era penetrado por don Gilberto. Cheo totalmente desnudo: las piernas sobre los hombros —camisa de cuadros— de don Gilberto. Oí a don Gilberto bufar y sonreír con una mirada tremenda, luminosa, húmeda, al mismo tiempo violenta y enamorada. Los oí gemir, los vi lamerse y retozar sobre la alfalfa. Recuerdo el denso olor a estiércol y algunos mugidos plácidos, se diría cómplices. Regresé, tembloroso y culpable, a mi sitio, a cortar arbustos con golpes decididos, diagonales, furibundos, a la base del tallo de los arbustos. Sentí una enorme desolación, acaso la envidia del pecado y del placer que no conocería sino hasta cinco o seis años más tarde. Supongo que sentí celos de ambos. (Blanco, 2005: 66)

El episodio se presenta como autoficcional, tal vez como totalmente ficcional, como un cuento, no hay una meditación extradiegética de lo revelador que resulta haber contemplado a dos hombres con actitudes totalmente cis-genéricas involucrados en una escena que resuma deseo y volición. A lo que asistimos, en cambio, es a la desubicación de la mirada infantil que no sabe cómo asimilar la información que acaba de adquirir y que desdice implícitamente el actuar de hombres homoeróticos que rechazan cualquier signo estereotipado de homosexualidad y al mismo tiempo se entregan en una relación abiertamente sexual. Un sentimiento de insuficiencia lo embarga y quisiera trasponerse en los amantes, estar en ambos polos de la relación, lo cual habla de un deseo múltiple de convivencia sexual.

Humberto GUERRA

Fuentes primarias

BLANCO, José Joaquín (1986), “Ojos que da pánico soñar”, Función de medianoche, México, D.F.: SEP, pp. 181-190.

BLANCO, José Joaquín (2005), Postales trucadas, México, D.F.: Cal y Arena.

Bibliografía

GUERRA, Humberto (2016), Narración, experiencia y sujeto. Estrategias textuales en siete autobiografías mexicanas, Ciudad de México: Bonilla-Artigas-UAM-Xochimilco.

GUERRA, Humberto (2019), “Del silencio al desinterés. La temática homoerótica en cuatro autobiógrafos mexicanos”, Entre lo joto y lo macho. Masculinidades sexodiversas mexicanas, ed. Humberto Guerra y Rafael M. Mérida Jiménez, Barcelona y Madrid: Egales, pp. 119-154.

Cómo citar este trabajo

GUERRA, Humberto (2023), “José Joaquín Blanco”, en Catálogo de memorias disidentes, MASDIME – Memorias de las masculinidades en España e Hispanoamérica, Universitat de Lleida, fecha de consulta.

http://www.masdime.udl.cat/profile/blanco/